Siempre me llamó la atención el fenómeno de la retracción de nuestras playas, del como de a poco las que eran anchas dejaron de serlo por más esfuerzos que se hicieron.
Alguna vez leí que las construcciones (horribles en general) que se hacen a la vera de las arenas impiden el libre juego del viento que las lleva y las trae. Lógica pura, pero claro, la fiebre inmobiliaria, una vez más, administra esa libertad y nos estropea todo.
Después de 5000 días de aislamiento, cada mañana me pregunto cuales será los efectos que nos quedan a cada una/o de nosotros.
Nadie siguió con su vida normal ( vaya adjetivo!!) entre el miedo, las calles alguna vez vacías, los permisos, las redes, los encuentros, las añoranzas, la vida y la muerte.
Ahora, después de imaginar un mundo nuevo, ante la vista de vacunas y remedios, parece que podemos volver: a donde?
Más allá de las realidades de cada una/o de nosotros, en el nudo de nuestra capacidad de sentir y elaborar eso que sentimos, como salimos de nuevo a las calles sociales?
Más allá de los reglamentos, que partes nuestras siguen funcionando con normalidad (otra vez) y que partes se cerraron?
Creo que a lo largo de la vida, los sentires van y vienen, van y vuelven, como las arenas, movidos por algún equivalente al viento que nos brinda el devenir.
Me pregunto si, más allá del espejismo de las redes y los zoomes, esa capacidad sigue en juego.
Quizás no sea la pregunta ideal para una mañana de sábado soleado, pero, inevitablemente recorre mis espacios.
Abrazo (de los posta)
Gustavo Barbosa
fotografía: Anne Barlinckho
Faltó la música.
ResponderEliminarPodría ser aquella que interpelado respecto a donde va la gente cuando llueve