viernes, 21 de abril de 2023

lo atamo con alambre

 
















Mi abuela materna y su hija, o sea mi madre, tenían un cajón en sus respectivas cocinas donde guardaban cientos de estos alambrecitos prolijamente recubiertos de plástico de distintos colores.

Nunca entendí semejante empresa conservacionista, aunque seguramente fueron la simiente de mi persistente manía por guardar cuanta cosa se interponga en mi camino. Con el pretexto de "para algo va a servir" tengo habitaciones enteras donde acumulo cosas de diferentes futuros posibles. Algunas con evidente potencial y otras con más voluntarismo que otra cosa.

Volviendo a nuestro simpático alambrecito ( su uso histórico es cerrar la bolsa que envuele el pan lactal, es una marca?) es algo que me resisto a guardar, será por mi natural rebeldía? o vaya uno a saber, la cosa es que me dispara dos preguntas esenciales:

los alambrecitos se colocan a mano? o sea, hay un operario alienado que enrosca miles de ellos cada día?

los alambrecitos homenajean a nuestra impertérrita cultura de resolver muchas cosas con alambre?

El alambre está instalado en la cultura popular de trabajo de nuestro país, en usos específicos y provisorios, por ejemplo para atar la armadura del hormigón armado en una construcción, o fijar aberturas mientras se nivelan, y también en usos non santos, por ejemplo en la reparación de automóviles, cosa que suele pasar de provisorio a provisorioparasiempre.

Ahora bien, tengo la sensación que la cultura del alambre ha invadido todos y cada uno de los estamentos de nuestra sociedad. Cada día de esta crisis que nos escribe el libreto de nuestra cotideaneidad, nos muestra ejemplos de "soluciones" espantosas y de dudosa calaña.

El problema no es el alambre en sí mismo, sino el que lo usa sin criterio alguno y con un alto grado de inhabilidad manifiesta. Quizás deberíamos crear la formación de ciudadanas y ciudadanos expertos en el noble uso del alambre.

El mundo está así de movedizo.

Abrazo
Gustavo Barbosa






viernes, 7 de abril de 2023

éramos tres gatos locos

 
















Anoche fue una noche muy especial, no por ser jueves santo precisamente ya que descreo de todo tufillo eclesiástico, sino porque se produjo un salto en el devenir del tiempo.
Anoche dió un recital el gran Edelmiro Molinari, guitarrista, bajista, compositor y algunas cosas más, uno de los grandes artistas de estos lares, uno de los más sofisticados músicos que ha dado nuestra cultura.

Corría el año 1968 y los astros se alinearon para que yo, portando 14 años, presenciara el segundo recital de Almendra, en el teatro Odeón. Me resulta difícil encontrar las palabras que describan lo que le pasó a mi humanidad en ese momento: quizás el vislumbrar en pocos minutos cual sería el camino de los siguientes cincuenta y pico de años y contando.
Una escena descomunal.

Edelmiro se presentó sólo,con una guitarra del '75, su voz y el ir y venir del afecto entre él y nosotrxs. Bastaron unas pocas notas para dimensionar como un recital se puede transformar en una ceremonia entre el artista, su arte y el público. Vuelvo a dudar de la capacidad de expresión de las palabras que convoco.

La década del '70 se desplegó entre la militancia política, las dictaduras y la vilolencia como un signo de las efervecencias de la sociedad. 
Entre estas posiciones algunos pocos "raros" elegimos el arte como respuesta y forma de vida. 
Éramos tres gatos locos, pero apostamos a construir otra manera de entender el mundo.
La rebeldía, el pelo largo y la música nos dieron forma. 

Tantos años después esa rueda mágica sique rodando y el paso del tiempo me permite mirar con una perspectiva de enorme claridad: cuando el mundo tira para abajo la música es el lugar para respirar con emoción.
Anoche también éramos tres gatos locos pero aquella huellas imborrables salieron a bailar una danza que nos llenó de felicidad una vez más. Aquel chico de 14 años se abrazó con este señor de 69, inundados de ese mismo amor.

Volveremos una y otra vez a exponer nuestra humanidad a la energía de estos queridos héroes, éstos que nos enamoraron para siempre. Es así.

Abrazo
Gustavo Barbosa