Mi abuela materna y su hija, o sea mi madre, tenían un cajón en sus respectivas cocinas donde guardaban cientos de estos alambrecitos prolijamente recubiertos de plástico de distintos colores.
Nunca entendí semejante empresa conservacionista, aunque seguramente fueron la simiente de mi persistente manía por guardar cuanta cosa se interponga en mi camino. Con el pretexto de "para algo va a servir" tengo habitaciones enteras donde acumulo cosas de diferentes futuros posibles. Algunas con evidente potencial y otras con más voluntarismo que otra cosa.
Volviendo a nuestro simpático alambrecito ( su uso histórico es cerrar la bolsa que envuele el pan lactal, es una marca?) es algo que me resisto a guardar, será por mi natural rebeldía? o vaya uno a saber, la cosa es que me dispara dos preguntas esenciales:
los alambrecitos se colocan a mano? o sea, hay un operario alienado que enrosca miles de ellos cada día?
los alambrecitos homenajean a nuestra impertérrita cultura de resolver muchas cosas con alambre?
El alambre está instalado en la cultura popular de trabajo de nuestro país, en usos específicos y provisorios, por ejemplo para atar la armadura del hormigón armado en una construcción, o fijar aberturas mientras se nivelan, y también en usos non santos, por ejemplo en la reparación de automóviles, cosa que suele pasar de provisorio a provisorioparasiempre.
Ahora bien, tengo la sensación que la cultura del alambre ha invadido todos y cada uno de los estamentos de nuestra sociedad. Cada día de esta crisis que nos escribe el libreto de nuestra cotideaneidad, nos muestra ejemplos de "soluciones" espantosas y de dudosa calaña.
El problema no es el alambre en sí mismo, sino el que lo usa sin criterio alguno y con un alto grado de inhabilidad manifiesta. Quizás deberíamos crear la formación de ciudadanas y ciudadanos expertos en el noble uso del alambre.
El mundo está así de movedizo.
Abrazo
Gustavo Barbosa