Transitamos una época de discursos desemejantes y simultáneos con los que deberíamos tomar cierto recaudo, so pena de desgastes inútiles de nuestras agitadas neuronas.
Chats sin sentido, charlas de ascensor, charlas sobre el tiempo (el tiempo meteorológico claro) hoy amplificadas por voceros insoportables y vergonzantes que comentan con impostado entusiasmo sobre temas tan desangelados como el porcentaje de humedad o la sensación térmica en San Fernando...
Charlas enardecidas sobre cualquier cosa, todas mezcladas como advertía Discepolín;
panelistas, opinólogos expertos en descuartizamientos, pseudo periodistas desolados por la falta del señor de los bailandos, en fin, una época distinta.
En el medio de semejantes dislates, también convivimos con nuestros propios discursos, los de nuestro universo universitario, valga la cuasi redundancia. Un conglomerado de discursos que por momentos provocan aquella reacción de condenarnos a cierto ostracismo social por la riqueza de sus contenidos que parecen opacar todo lo que nos solía rodear. Una irremediable inmersión en cierta cuota de soberbia, que se le va a hacer.
Para sumarnos a estos discursos cosmopolitas, según dichos de una epistemóloga tirabombas que supimos conocer, vamos encontrándonos en el aula virtual que supimos conseguir.
Jóvenes lectores, no teman al error, ni a consignas amenazantes. Un intencionado silencio de radio los acompaña, sin mayor intención que la de ver como se arreglan solos en el medio de puntos y triángulos.
Y contra todo presagio agorero, la cosa va funcionando.
Abrazos colectivos y nada virtuales
Gustavo Barbosa