bajá la música...!
arreglá tu cuarto...!
guardá tu ropa...!
Una tras otra, son frases que seguramente todos hemos escuchado y, posiblemente,
hemos dicho cuando la difícil tarea de la paternidad-maternidad se nos cruzó por el camino sin anestesia.
La institución familiar nos modela y nos contiene. Nos inocula la memoria como legado y nos permite construir nuestra cosmogonía personal a partir de lo heredado e instalado. En el mejor de los casos. claro, también puede servirnos de frontón para pelotear nuestro fastidio e incipiente rebeldía como acción movilizadora y reconstituyente.
No voy a entrar en ahondamientos psicológicos ni en revisionismos de las conductas, simplemente me detengo a pensar en la fisura que un día aparece en nuestro vínculo con nuestra entidad familiar, sea ésta tradicional o modernamente disfuncional.
Y pienso en esa fisura que acarrea el crecimiento, ése que aparece cuando desarrollamos nuestra propias capacidades, por necesidad, por las asimetrías que genera el estudiar o por la propia experiencia de vivir simplemente.
Despegar del origen parece necesario y saludable, ese origen que nos sirve de punto de partida, no siempre fácil, no siempre agradable. Más bien teñido de lo conflictivo como efecto colateral de esta acción del crecer.
en casa nadie me entiende!
Frase que inunda nuestro discurso y condiciona nuestras conductas. Siempre me pregunté si siquiera es posible que alguien pueda "entender" al otro, por más madre o padre que sea. Lo racional no es lo esencial en estos vericuetos de lo vincular, me quedo con el afecto en todo caso.
Por eso percibo como una cuestión esencial que dejen de "entendernos", para así, dejarnos crecer y de alguna manera, partir.
Eso sí, con la valija llena de afecto.
Abrazo
Gustavo Barbosa
"recuerdo un día como hoy
me fui de casa para tocar rocanrrol
y no volví nunca más..."
ilustración: Akif-Kaynar