Ser obra
Ser hacer
Observaba en silencio la puesta a
plomo de la vieja carpintería, una puerta ventana de casi 100 años desplazada
de su ubicación a otra a pocos metros.
Los dos albañiles operaban con delicada pericia: la plomada, los puntales, las
cuñas, los clavos de gancho, un golpe aquí abajo, otro en el lado opuesto, allí
arriba. La anacrónica plomada decía su verdad terminante y todo volvía a
comenzar. Una y otra vez, hasta alcanzar algo parecido a la perfección.
Rodeados de muros sólidos todos respiramos. La vieja casa, también.
El hacer de la obra es.
No hay nada virtual en ello. Nada.
Solo nuestra mirada de arquitectos.
Somos por instantes, las manos de los
albañiles. Rústicas y sabias.
Es confortante entregarse a esa
sabiduría.
Hablan con pericia de un viejo oficio.
Hay algo emocionante en esos diálogos
invisibles e insonoros, el de las manos de nuestro albañil con nombre, apellido
y sonrisa, con las manos anónimas de aquel, que a principios del siglo XX,
levantó esa casa, nueva por entonces.
Es bueno quedarse en silencio tratando
de escuchar que se dicen…
Gustavo Barbosa