"El problema con el humor es que nadie lo toma en serio" Mark Twain
Este tema del humor realmente es algo serio. Decidir ponerse el humor en la mochila y llevarlo a todos lados requiere de unas cuantas decisiones previas necesarias a la hora de provocar escozor en el mundo serio. Porque la transgresión es la marca esencial del humor.
Podemos transgredir la realidad de muchas maneras, hasta destruyéndola, pero si así lo hiciéramos, nos quedaríamos sin esa realidad para poder reírnos de ella y entonces?
El humor produce alteraciones en el organismo del otro, no importa la condición, ni la formación, ni el cargo que ostente. El humor abre puertas de apariencia inexpugnable porque desarma las ostentosas armaduras que nos separan de la humanidad del otro.
Está comprobado.
Pruebe lo siguiente, querido lector, arremeta en cualquier oficina pública armado de una gran sonrisa e intente un diálogo inesperado con el/la funcionario/a al que se enfrenta. Notará rápidamente como se fisura la hiperestructura de malhumor que sostiene la cuidada condición de impedimento que impera en el lugar. Si no logra su objetivo, al menos se irá con la sensación de un pequeño triunfo.
Nada es tan serio como para que no podamos sazonarlo con humor, pero esa afirmación de la seriedad exige un ejercicio de inteligencia en la contienda. Una condición indispensable para no caer en la fácil trampa del golpe bajo o la chabacanería como recurso de sospechosa conformación.
El humor no figura en los programas de materia alguna en el universo de la enseñanza, sin embargo no considerar su ejercicio en aras de un respeto obsecuente al status-quo imperante, suele privarnos de explorar nuevos territorios de aprendizaje.
La dramatización de esta tensión entre el humor y la seriedad que ponemos en juego en cada una de nuestras clases teóricas han dado pruebas más que suficiente de la condición de bálsamo del recurso.
Siempre me llamaron la atención y admiré a los cultores del humor inteligente, como Quino, Fontanarrosa, Capusotto, Les Luthiers, Tato Bores, los uruguayos de Telecataplum, Liniers, Enrique Serrano y tantos otros, así como detesto a los acólitos del chiste fácil y la grosería cuyos nombres me reservo por aquello del humor y las buenas costumbres.
Hay de todo y para todos, lo importante es darse cuenta que la vida tiene tendencia a ponerse seria y en ese camino podemos olvidarnos de ejercitar los ochenta músculos que moviliza la risa, incluyendo al alma que sin duda se ilumina cuando, entre carcajadas, se le escapa el pis para hacernos un poco más mejores.
Abrazo y no me hagan reír, por favor!
Gustavo Barbosa