Vivimos en casas, del formato que sea, del tamaño que sea, de la calidad que sea, del tiempo que sea.
Habitamos, según una mirada académica que solo me dice a medias.
Vivimos en casas, con nuestros cuerpos físicos, con nuestras emociones, con nuestras cosas, si podemos, a nuestro gusto. Si no podemos saber cual es nuestro gusto, con algo parecido.
Vivimos en casas, con nuestros recuerdos, con las imágenes de cada momento, con las cosas que materializan algunas ilusiones.
Vivimos en casas con alguna intimidad, ese valor tan ajetreado. Siempre estamos nosotros y nuestra intimidad en pautada connivencia.
Cuales son los límites de nuestra humanidad? Nuestra piel? Nuestra manera de comprender? Serán los límites de nuestras casas? Será nuestra capacidad de convivencia, en estos días, tan reglamentada?
Intento posar la mirada sobre nuestra capacidad de construir el lugar del encuentro con el otro, del vínculo con el otro, con el otro y nosotros.
Intento pensar en un revés del camino conocido: construir el lugar para nosotros, es construir el nosotros para cada uno.
Una tarea que más que de límites, habla de membranas que permitan crecer.
De membranas afectivas, algo tan insospechadamente posible.
Un entre en el que necesariamente habrá libertad y música.
Y muros con alguna clase de magia.
Abrazo
Gustavo Barbosa
fotografía: David Altmejd
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