domingo, 15 de febrero de 2015

mi generación




Todos pertenecemos a una generación, un hecho que en sí mismo no constituye logro personal alguno ya que parece algo en lo que no opinamos demasiado salvo por estar en alguna lista de nacimientos que, una vez escuché, tiene como sede París. O no era allí?
Nos toca la generación que nos toca y nos pasamos la vida buscando referentes para definir nuestra propia imagen que, en un fantástico viaje, solemos encontrar diez minutos antes de morirnos en una paradoja digna del inefable Creador.

Según el alcance de nuestra mirada, tendremos referentes familiares, colegiales, universitarios, deportivos, amistosos y los fabricados por los medios. Estos últimos suelen tener efectos demoledores en nuestra cosmogonía personal. Para bien o para mal.
Copiar el envoltorio exterior puede traer aparejado riesgos indefinidos y esas imágenes desprovistas de esencia pueden llegar a transformarnos en el mamerto del año.

Podemos modificar nuestro cuerpo en la búsqueda de la verdad generacional, con efectos más o menos perdurables, vestimenta, accesorios, corte de pelo, color de pelo, forma de pelo, tatuajes, operaciones estéticas, transplantes de órganos, de alma y demás yerbas.

Esta agudeza observatoria puede ser mirada como una gran frivolidad pero estas búsquedas son un ejercicio saludable de inserción en este difícil mundo que no da demasiado tiempo de adaptación. En general te manda sólo a salita de cuatro sin anestesia, madre, tutor o encargado. 
Luego llega la adolescencia que nos hace dudar de todo y esa duda existencial nos hace estar a la pesca de pertenecer a algún grupo, no importa el grado de ridiculez al que nos expongamos.

Mi generación comenzó a mirar el mundo entre los psicodélicos '60s y los turbulentos `70s, hippies y flower power incluidos. 
Altamente politizadas, unas décadas en la que era difícil mirar otros objetivos que no fuera la militancia de todo tipo, ya que corrías el riesgo de ser estigmatizado por algunos contemporáneos y ser catalogado como el pavote del año instantáneo.
Algunos de nosotros nos sumergimos en la música, en el naciente rock, y allí nos quedamos, fascinados por lo que allí se gestaba. Nadie intente imaginar el fenómeno en relación a lo que pasa hoy. Escuchar rock e ir a recitales era casi subversivo, o mejor dicho de una calidad de subversión sutil y casi delicada. Con cero difusión en los medios masivos, nos movíamos por el boca en boca, buscando discos, libros o asistiendo a recitales en el cómodo horario de domingos a la mañana.
Los 7 pelilargos inmundos que ilustran estas palabras, conformaban el efímero grupo The Flock y solo traigo la imagen por el recuerdo del impacto que tuvo su extrema capilaridad por aquellos años. Era irritante e irreverente lucir semejantes pelambres y alteraba las costumbres de padres, gobernantes, policías o militares de turno.
Nuestras secundarias transcurrieron entre formaciones en fila medidas con el saludo nazi y requisas de la condición capilar casi a diario, tanto, que lograron transformar la cuestión en un refugio de resistencia al pensamiento engominado imperante.
Mis camaradas de entonces podrían relatar las batallas campales que sosteníamos por la libertad capilar. Un recuerdo para el oscuro director de nuestro viejo ENETILAH!!
Un interesante ejercicio de elección.

No te aburro más querido lector, con tanta palabra, solo anhelo que puedas también enfocar tus propias imágenes, porque esas imágenes se guardan en lugares santos y se llevan para el resto del viaje.

Abrazo trans generacional
Gustavo Barbosa

para mis compañeros de resistencia de entonces